Bubierca
Página no oficial de Rodolfo Lacal |
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Bubierca
Hace pocos días, durante un paseo por la vega de Alhama de Aragón, llegamos hasta el pueblo de Bubierca.
Sobre unas lomas se levanta el caserío, agarrado a las rocas, para mejor tenerse en pie. La vía férrea y el río llegan en amigable intimidad hasta los aledaños. El río tuerce a la derecha, deslazándose suave, silencioso, entre huertas de guindos, perales, cerezos y manzanos en flor y el camino de hierro, con audacia y valentía atraviesa el pueblo por su base, pasando un túnel y gana victorioso la otra vega, también en plena hermosura primaveral.
Preside el pueblo, desde la cima de una de las lomas, la ermita de la Virgen de la Esperanza, construcción sencilla, de torre baja, ruinosa, expuesta a todas las inclemencias de las lluvias y de los vientos.
Las calles son tortuosas, en pendiente y convergen a la plaza, donde está la iglesia, edificio sin importancia artística aparente. Algunos chiquillos juegan por las calzadas y en rincón soleado, tres viejas enjutas, de caras amarillentas, de ojos inexpresivos y tristes, charlan y hacen calceta.
Recorremos las calles desiertas, de viviendas pobres, de un piso, en su mayoría cerrados. Un silencio inquietante, reina por doquiera. Comenzamos a sentir una pena inexplicable . La soledad, del pueblo, nos impresiona con angustia. Las casas están cerradas, -pensamos para sentir algún consuelo- porque sus moradores , gente labradora, pasarán el día en el campo. Y para sacudir nuestra preocupación, nos dirigimos al acantilado de la carretera y dejamos vagar la mirada por la vega, que es un himno de luz, maravilloso de belleza.
Nos fijamos en las laderas de los montes cercanos, de rocas abruptas. Ninguna mata, ni un árbol, las decora. Su desolación sombría, áspera, vuelve a darnos la sensación dolorosa de antes. Un viejecito confidencial, que parece adivinar nuestros pensamientos y que tiene ganas de charlar con cualquiera, se aproxima y nos dice: "¿Ve usted esos montes pelados, sin una cepa? Pues hace unos años eran la mayor riqueza del pueblo. Las viñas los poblaban, pero la filoxeera, ¡maldita sea!, las destruyó para siempre.
Charlamos con el viejecito un rato, y por él sabemos que la propiedad esta concentrada en manos de dos o tres familias en Bubierca; que, por falta de dinero, a los pobres que perdieron sus vides les fue imposible reponerlas, y que, acosados por el hambre, emigraron a otras tierras en busca de pan, principalmente a Francia, de donde no han vuelto. ¡Tragedia campesina, dolor de la honradez desgraciada, éxodo resignado del trabajo en derrota, base de toda prosperidad!
Nos alejamos del pueblo con asco y con resignación, indiferentes ya a las maravillas de la Naturaleza, como debieron marcharse las familias que un día cerraron sus casas y dejaron apagar la lumbre del hogar, quizá para siempre.
Bubierca es un pueblo paralítico, pobre, de cerca de 100 casas, sin moradores.
Y un pueblo representativo dentro de la emigración general española.
Porque en las viviendas un día felices, ahora reinan las alimañas.
V.A.