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Bubierca

Página no oficial de Rodolfo Lacal

Pueblos vecinos: Ateca
 
Actualizada el 4 de marzo de 2012

 

Me permito salirme de los límites geográficos de Bubierca para  traer un artículo que encuentro muy interesante. Lo que se relata de las fiestas de Ateca posiblemente acontecía también en las fiestas de Bubierca y otros pueblos de la comarca, tal como el relator indica. Es una costumbre ancestral que, aunque el articulista la define como salvaje, hay que verla como el vehículo menos sangriento que nuestros antepasados encontraron para dirimir disputas. No digo más.

 

El siguiente relato se publicó en la publicación gaditana La Moda Elegante del 14 de noviembre de 1869.

 

Costumbres aragonesas

 

La lucha

 

Hay costumbres en algunos pueblos cuyo origen se halla perdido no sólo en su historia sino hasta en la tradición, y que no es dable al observador más que formar alguna conjetura más o menos verosímil, pero siempre sujeta a los errores consiguientes a indagaciones de este género. Lo único que se llega a comprender, es la clase de moradores que en otro tiempo pudieran habitarlos, dejando a la posteridad un recuerdo constante de sus inclinaciones hacia la guerra, las artes, letras u otras que predominaran en aquella sociedad.

 

Esto es lo que sucede con el epígrafe de este artículo en una villa de la provincia de Zaragoza, cabeza de partido judicial.

 

Ateca, que así se llama la población a que aludimos, se halla situada sobre el río jalón y por ella cruza la carretera general de Madrid a Barcelona. Séanos permitido la palabra sobre el río Jalón, pues éste divide la población en dos grupos de edificios, formando un paso de calle el puente colgante de alambres que sobre él se construyó hace pocos años en sustitución del antiguo que allí había.

 

Hemos dicho que las costumbres cuyo origen es desconocido nos hace comprender los habitantes que en otro tiempo dominaron los pueblos, y no creemos equivocarnos, por la circunstancia de que no es en Ateca tan sólo donde se conserva la lucha, sino también en otros pueblos de sus cercanías, siendo desconocida en el resto de la Provincia, al menos que nosotros sepamos a pesar de ser hijos del país.

 

El río Jalón cruza a Ateca en dirección de poniente a oriente; y de norte a mediodía, baja otro riachuelo de poca importancia lamiendo los muros de la plaza mayor, desierta por esta parte de edificios, y cuyo río desemboca en el Jalón cerca de ella.

 

El día de San Sebastián, cuya fiesta se celebra con importancia en Ateca, las heladas orillas del riachuelo que dejamos descrito, son las destinadas a presentarnos el teatro de la lucha. Ancianos, jóvenes, mujeres y niños, corren hacia sus orillas; los habitantes todos se reúnen en la plaza mayor y carretera general cual si se esperase algún acontecimiento de importancia.

 

Los corrillos de gentes no se dejan desear, cada uno según su estado por lo general, es decir, solteros con solteros, casados con casados y viudos con viudos, se retan a la lucha, y seguidamente se combinan y aceptan duelos como si se tratase de reparar el honor ultrajado de alguna de las partes.

 

Cuando las cuestiones han tomado ya proporciones de vías de hecho, aquí, allá y por fin en toda la orilla del río, se ven a los combatientes hasta quedarse tan sólo con los calzoncillos y la camisa. ¡Qué raro espectáculo! Imposible sería adivinar, a no saberlo, cual era el propósito de aquellas gentes, dispuestas a pisar el agua sin temor a su baja temperatura, y desabrigados como si la ropa formara mal contraste con la estación del tiempo. Además, todos los que con anticipación pensaron tomar parte en la lucha procuran presentarse con limpieza en su ropa interior, así es, que en su blancura en medio de la frialdad hace tiritar al ruso más cercano del polo norte.

 

Un hombre cabalgando sobre un jumento, llevando a la grupa un pellejo lleno de vino, buen tinto, y una bandera sobre el brazo, se presenta en el sitio de la pelea y paseándose por dentro del río anuncia la hora del combate, gritando con voz atronadora: ¡A la lucha! ¡A la lucha! e instantáneamente se ven infinidad de parejas encrucijados sus brazos hacer esfuerzos cada cuál por echar a tierra a su adversario, procurando como es consiguiente darle un buen baño si sus fuerzas son bastantes a volcarlo en dirección al río.

 

No tarda mucho tiempo en verse alguno por tierra, sucediendo a esto la gran gritería del público espectador con acompañamiento de aplausos y carcajadas, además de algunos que dicen ¡aquí! ¡aquí! a cuyas voces acude el caballero andante y soltando un poco la boca del pellejo, condecora al vencido con algunas distinciones de Baco, y da al vencedor un trago para que le sirva de estímulo por su triunfo.

 

Apenas tiene tiempo bastante nuestro caballero para desempeñar su cometido con uno, cuando por otro lado se repiten las voces de ¡aquí! ¡aquí! de manera que el brioso borrico corre de una parte a otra sin cesar, porque la lucha va tomándose con calor, y el número de combatientes crece a cada momento.

 

Después de algún tiempo de combate hay momentos en que la lucha va perdiendo en animación, bien por el cansancio de los que han tomado parte habiéndose marchado como vulgarmente dicen "a remojar la palabra", bien porque los nuevos duelos no se hallan preparados, y en tal caso grita nuevamente nuestro caballero andante ¡A la lucha! ¡A la lucha! hasta que consigue de nuevo toda la animación.

 

Así pasan las horas hasta que la noche viene a poner fin a esta fiesta no sin el sentimiento de muchas personas distraídas con tal espectáculo, y de algunos otros que por falta de tiempo no han podido probar sus fuerzas con otro que a última hora se les ha presentado.

 

Durante la lucha no deja de haber sus cuestiones de amor propio entre las familias o novias de los luchadores, no faltando nunca algún pretexto de defensa en favor del vencido, de si cayó por tal o cual circunstancia imprevista, para que no aparezca más débil a los ojos de sus paisanos.

 

Sin embargo de haberse retirado del sitio de la función, la lucha no termina, pues aquella noche en las diferentes reuniones donde se consumen los restos mortales de algún inocente animalito que fue baja en el mundo en consecuencia de la pelea, sigue siendo objeto principal, si no en el terreno de los hechos, en el de la discusión.

 

Esta es la lucha de Ateca, recuerdo de otros tiempos menos civilizados, en los que el más fuerte era el mejor considerado por sus semejantes como una notabilidad, sin atender a su ilustración ni demás circunstancias que deben adornar al hombre para el desempeño de algún alto cargo.

 

José Lostal de Tena

 

  

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