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Bubierca

Página no oficial de Rodolfo Lacal

Catástrofe en el Jiloca - Tercera parte
 
Actualizada el 5 de noviembre de 2012



El reportero de El Imparcial nos puso al tanto, en el capítulo anterior, de lo ocurrido según lo contado por un superviviente que encontró en Daroca. A continuación transcribo la crónica que envió ya después de haber visitado el lugar del accidente ferroviario. Es un poco largo pero vale la pena. :



ANTE EL PUENTE HUNDIDO

Daroca 24 (7 tarde)

En carruaje me trasladé a Luco. Desde la carretera veíase la linea del ferrocarril, que sigue por la ladera del río Giloca; en seis puntos las aguas habíanse llevado los terraplenes, quedando la vía al aire; en otros muchos estaba completamente destruida.

El puente que hay a la entrada del pueblo de Luco está agrietado y su pilastra de sostenimiento, vencida; es más largo que el puente que se ha hundido. De no haber ocurrido en éste la catástrofe, hubiera sido en el puente de Luco. De todos modos, el siniestro era inevitable. La línea ofrecía muy pocas condiciones de seguridad; estaba en su mayor parte en este término sobre terraplenes hechos amontonando tierra y piedra, sin apisonarla.

RELATO COMPLETO

Narración de varios testigos de la catástrofe.— Espantosos detalles

He hablado con varios vecinos de Luco que asistieron al desarrollo del siniestro. Me han dicho lo siguiente:

«En la noche del miércoles salimos del pueblo para ver la crecida y el desbordamiento del río. Oímos el silbato de lo locomotora, la cual no nos extrañó, porque era la hora en que debía pasar el tren, y el silbato suena siempre al llegar a los puentes. Pero momentos después volvió a sonal el silbato prolongadamente. Esto nos hizo temer que ocurriese algo extraordinario. Imaginamos que se trataba de la inundación, y que el maquinista pedía freno para avanzar con mayor seguridad sobre las vías cubiertas de agua.

Poco después vimos que una llamarada vivísima iluminaba el espacio, y sentimos ruidos que parecían cañonazos; el silbato continuaba pitando.

Llenos de ansiedad corrimos hacia el puente, acompañados por el cura del pueblo. Después de veinte minutos de marcha rápida y fatigosa, llegamos al puente, y entre las sombras de la noche y merced a las movibles llamas del incendio que consumía los vsgones, presenciamos el cuadro aterrador. Vimos que entre los restos del tren que ardía movíanse bultos; eran eran viajeros que intentaban desesperadamente salvarse.

En la otra orilla del río corrían dos hombres hacia el lugar del incendio. Después supimos que eran dos pastores, que desde una paridera próxima llegar y prestar algunos socorros a las víctimas.

Seguidamente llegaron algunos guardias civiles, atraídos por el resplandor del incendio, y comenzaron a trabajar.

El fuego se iba extinguiendo, y el silbato de la locomotora había dejado de sonar. Caía una terrible granizada, mezclada con lluvia, y soplaba un viento fuertísimo. De cuando en cuando los relámpagos nos dejaban ver grupos de personas que se movían cerca del puente. Así transcurrió la noche, y al amanecer pudimos apreciar la inmensidad de la catástrofe.

Durante la noche habían sido conducidos algunos heridos a una paridera o majada próxima. A las cinco y media de la mañana llegó el médico de Calamocha, D. Manuel Fandos, y visitó a los heridos, que eran quince. A las diez de la mañana vino un tren de socorro con los médicos de la Compañía. Dedúcese de las manifestaciones de unos y de otros, que los lesionados estuvieron durante ocho horas al menos sin asistencia facultativa.

La crecida del río hacía difícil el paso; después de no pocos riesgos pudimos reunirnos los que estábamos a uno y otro lado.

Aquí (me dijo uno de mis interlocutores señalando un lugar próximo al que estábamos y que se halla a unos 30 metros del puente) estaba el empleado de Correos señor Pueyo junto a varios fragmentos de la madera de un vagón. Allí, abrazado a un árbol estaba el cadáver del provincial de los escolapios de Zaragoza, padre Casimiro Gil, completamente desnudo. Sobre est piedras estaba el cadáver del fraile padre Juan Francisco Calleja, desnudo de medio cuerpo arriba. Poco más allá se encontraba el cadáver del fraile padre Ramón Capaldo y cerca de estos trozos de madera el cuerpo inanimado del ingeniero de la línea de Daroca a Teruel, don Juan Shaw Laza.

Cuando llegó el juzgado de instrucción de Calamocha, comenzó las diligencias sumariales y ordenó que en carro fueran conducidos los cadáveres al cementerio del pueblo de Luco.»

Otra relación.— El puente hundido

Un campesino me ha dicho que los pastores alos que me he referido oyeron poco antes de que el tren llegase al puente un ruido como si se partiera una plancha de hierro o como si sobre los hierros del puente cayesen gruesas piedras. De esto se deduce que el puente se había hundido cuando faltaban minutos para que llegase el tren.

El puente sobre las aguas del río Pancrudo es conocido con el nombre de Entrambasaguas. Júntase allí el citado río con el Navarrete, y ambos afluyen al Giloca. Tiene el puente dos tramos de unos nueve metros de largo cada uno. Cuando se construyó tenía un solo tramo, pero el vecindario de Luco se alborotó contra el ingeniero belga constructor de la línea, Mr. Lappotre; éste construía el puente con un solo ojo, prescindiendo del río Navarrete. Ante la actitud del vecindario, el ingeniero tuvo que ceder, no sin que ocurriesen graves disgustos y hasta cuestiones personales.

Hállase el puente construido sobre dos paredes de mampostería, de unos tres metros de espesor, que sirven de muro de sostenimiento a las dos extremidades del terraplén. La obra es malísima: se ve que las paredes que sirven de sostén al puente de hierro están rellenas de escombros. No hace falta ser perito en la materia para comprender que el continuo correr del río ha reblandecido los cimientos, entrando las aguas en lo que pudiéramos llamar caja de piedra de mampostería. Así se produjo una quiebra en el paredón, separándolo del extremo del terraplén por donde la vía va.

Antes de que se terminaran las obras de construcción, una riada arrastró los muros, enclavados en el mismo sitio en que estaban los actuales, advertencia que, por lo visto, no ha servido de nada, puesto que la nueva obra no ha tenido aquel carácter de firmísima solidez que corresponde a lugar en que el río ha de combatir constantemente cuanto se oponga a su marcha.

Los restos del tren

La máquina ha quedado empotrada entre el paredón y el terraplén. Sobre la máquina está el ténder.

El coche-correo se desprendió, y fue a destrozarse a larga distancia.

Los demás coches, o mejor dicho, sus armazones de hierro, pues la madera fue destruida por el incendio, quedan sobre el primer tramo del puente.

¿Cuántos viajeros iban?

He hablado con el revisor del tren destruido para averiguar cuántos viajeros iban en los vagones. No lo sabe con exactitud.

Dice que recuerda haber picado unos 70 billetes, pero que muchos de los pasajeros fueron descendiendo en las estaciones anteriores a Calamocha.

Ignora el número exacto de las personas que iban en el tren cuando ocurrió la catástrofe.

Manifestaciones de un fraile

He conversado con un fraile escolapio de los que iban en el tren, el cual me ha dicho:

— Viajábamos juntos varios compañeros. Cuatro de Alcañiz, dos de Barbastro y seis de Zaragoza. Ibamos a examinarnos a Teruel de maestros elementales; en Zaragoza se nos había negado el examen por haberlo solicitado fuera de tiempo. Cuando ocurrió el siniestro, el provincial de los escolapios de Zaragoza, P. Casimiro Gil, iba con otros frailes en el pasillo del vagón. Contemplaban la inundación de los campos circundantes. El P. Gil, que ha viajado mucho, decia: —¿Véis esto? Pues una cosa así es el mar. —En aquel momento ocurrió la catástrofe. Varios frailes se arrojaron por las ventanillas, cayendo al río. Los demás corrieron por el pasillo, y pudieron salvarse.

Cómo murió el ingeniero Shaw

Refiérenme que cuando ocurrió el siniestro, el ingeniero de la Compañía, Mr. Shaw, conversaba con D. Manuel Escoriaza, persona influyente en los asuntos del ferrocarril, por haber sido negociador de las expropiaciones para la línea. En el momento de la trepidación, Mr. shaw dijo al Sr. Escoriaza:

—¡Sálvese como pueda!

Shaw sacó el cuerpo por la ventanilla para arrojarse. Escoriaza quiso sujetarle agarrándole por la ropa y gritando:

—¡No se tire Vd,, que va Vd, a morir!

Pero la discreta previsión del Sr. Escoriaza no sirvió de nada. El violentísimo impulso tomado por el Sr. Shaw le hizo precipitarse en el vacio. Cayó en el río y murió ahogado.

El Sr. Escoriaza, que permaneció en el tren, resultó ileso.



El articulo sigue con más información sobre nombres de heridos y fallecidos, medidas tomadas por la Compañía para reparar la vía, correo perdido y retenido, y otras cosas varias. El conjunto de artículos, es de ley decirlo, los escribió Angel Tejero.

Poco se puede añadir a tan detallado relato. Como dije, me parecía necesario que se recuerde tal catástrofe.

Permitidme tan solo que sea un poquito malo y comente lo siguiente: la mayoría de los fallecidos eran pasajeros de primera clase, entre ellos muchos curas y frailes. Me pregunto si ahora en el AVE viajan en turista o en preferente. :



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