Bubierca
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Ana Isabel de Funes entró muy jovencita en el convento de las carmelitas descalzas de San José de Zaragoza en 1623 tomando el nombre de Ana de Santa Teresa. En aquella época era habitual que en las congregaciones religiosas se escribieran libros relatando la vida de sus miembros. Así fue como encontré la obra titulada de la siguiente —y extensa— forma:
VIDA DE LA BENDITA MADRE ISABEL DE SANTO DOMINGO,
COMPAÑERA DE SANTA TERESA DE JESUS, COADJUTORA DE LA SANTA EN LA NUEVA REFORMA
De la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo,
FUNDADORA DEL MONASTERIO DE S. JOSEF DE ÇARAGOÇA.
I RELACION DE LAS COMPAÑERAS QUE TRAXO I DE LAS HIJAS QUE CRIO EN ESTE MONASTERIO
ESCRITA
A LAS MADRES PRIORA I RELIGIOSAS
POR DON MIGUEL BATISTA DE LANUZA
AÑO 1638
Pues bien, en el capítulo XXVII de dicho libro se relata la vida de Ana de Santa Teresa que a continuación podéis leer. Advierto que he transcrito tal cual el texto, lo que quiere decir que hay palabras escritas de forma diferente a como se hace en la actualidad.
CAPITULO XXVII
Virtudes de la Madre Ana de Santa Teresa
Pues avemos visto en los dos capítulos pasados (entre las flores deste hermoso Vergel) las maravillas de la gracia, en aquella Ortiga, con propriedades de azuçena: bolvamos agora los ojos a una blãca y encarnada Rosa (por su caridad y pureza) que naciò sin espinas en el trato y en la condicion. La qual (hasta en e breve curso de la vida) quiso Dios, que simbolizara mucho, cõ la que es gozo, gala y risa de la Primavera.
Fue esta fragante flor, Ana de Santa Teresa, natural de Bubierca, Aldea principal de la Comunidad de Calatayud, en Aragon: llamose en el siglo, Doña Ana de Funes. Tuvo su virtud muy principal engaste, en la nobleza deste apellido, por padre y madre. Y no son los primeros testimonios della las blancas Cruzes de San Iuan, que se miran oy en los pechos de Don Diego de Funes, su hermano, y del Recibidor Don Iuan Agustin de Funes, su Tio, Comendador de Mallen: Cavallero, que ha desempeñado siempre, con la espada, en las empresas de la Religion, las obligaciones de su sangre y con la pluma, en el ocio de su Encomienda, las esperanças de su grande ingenio: de que serán testigos el primero tomo, que ha publicado de la Coronica de su Orden; y el segundo, que sacara muy presto, para dexar satisfecha la mas atenta curiosidad. No ha sido corto aumento del esplendor desta familia, el Dotor Don Martin de Funes, hermano del Padre de Ana; Canonigo Penitenciario de la Santa Iglesia desta Ciudad; Colegial del mayor y Real de Santiago de la Ciudad de Huesca; Vicario General del Arçobispado de Valencia; Visitador de los Ministros Reales de aquel Reyno; y electo Obispo del Alguer en el de Cerdeña; digno de mayores honras. Porque quien abe deslizarse dellas (como lo hizo del peso desta Dignidad) esse las tiene merecidas.
Bolviendo al noble sujeto deste capitulo, digo: que tomò Ana el abito en este Monasterio, de edad de diez y seys años. Mostrò luego en el Noviciado, que la avia criado Dios para Carmelita Descalça; que es cifrar en sola una palabra, lo que en dilatados elogios se pudiera dezir de sus virtudes; porque las tuvo admirables. Y como su vejez avia de conocerse en la gravedad de sus acciones (no en los años) le salieron aprisa en el seso aquellas canas, que dixo la sabiduria; llegando en pocos dias a un grado de perfecion tan sublime, que fuera loable en las ancianas. Era muy dada a la oracion; puntualisima en obedecer; y tan amorosa con todas, que merecierõ luego las enfermas, goçar las caricias y regalos de su caridad, teniendola por Enfermera, con universal consuelo del Convento.
Entre todas sus virtudes resplandecio (con excelencia particular) la mansedumbre; pues aunque le ayudò para esto el natural muy poco, le mortificò de manera en la Religion, que no podra dezir ninguna desta casa, que la vio turbada, ni torcida con las Compañeras y Preladas. Uno mismo era su semblante en qualquier suceso. Imitava Ana en esta virtud al Señor, que dixo: Yo soy como un Cordero manso, que le llevan al Sacrificio; y no bala, ni abre la boca quando le trasquilan. El manso ni se enoja, ni enoja; ni daña, ni piensa dañar; ni siente amargura en su anima; antes armado de la simplicidad de la Fe, està aparejado para sufrir qualquiera agravio. Descubrese la grande importancia desta vitud, en que siendo Christo el exemplar de todas, pide en esta, su imitacion; por ser sumamente perfecta. Y asi promete al que lo consiguiere, queposseerà la tierra de los vivientes; de la qual no podran ser jamas echados. Por eso dixo David: Los Mansos heredaràn la tierra, y se deleytaran en la abundancia de la paz. Maravillosa era la que Ana traia en el alma; tal el sossiego y benignidad de sus acciones, que arrebatava a si, los ojos de todo el Monasterio; y fue sumamente amable a quantos la trataron.
Aviendo, pues, vivido en pocos años, muchos siglos de virtudes; siendo a Dios agradable, se dio prisa su Magestad a sacarla de entre las maldades; y asi en el principio del vivir, la puso una grave enfermedad al fin de la carreera. Hizieronle una fuente en ka pierna, para divertir cierto humor, que le quitava la salud; y sacò della, que se le encendio el pie de fuego; y padecer con las fuertes curas, y penosos remedios (por tenerle mortificado) lo que no se puede ponderar con palabras. Fueron las suyas en este trabajo tan apacibles, y conformes siempre con el querer divino, que tuvieron en ella las Religiosas un raro exemplo de paciencia. Conociendo los Medicos la gravedad del mal, mandaron, que recibiesse los Santos Sacramentos; como lo hizo con singular espiritu. Ayudavala a morir su Confessor, el Padre Fray Lorenço de San Hilarion; y en lo ultimo (quando estava agonizando) advitiò, que abriò los ojos, y que los tuvo alegres, y fixos en el cielo; y que poniendosele el rostro muy encendido, dixo aquellas palabras del hombre Rey, que hizo la gran cena; simbolo de la bienaventurança: Parata funt omnia. Tomò dellas motivo el Confessor, para alentarla en las esperanças del Cielo; y dixole: que pues ya estava todo prevenido, y la corona hecha, no restava, sino partirse a recebirla, sin escusarse, como aquellos necios combidados. A lo qual respondio (conociendo todos, que estava muy en si) Ya està todo sparejado; pero a mi, aun me falta un poquito por hazer; y no hablò mas. De alli a poco rato embiò su alma, con singular quietud, a que se hallasse en las bodas del Cordero, y gozasse la cena de la vida eterna; a que la avian combidado, quando dixo, que estava todo prevenido. Quedò su rostro hermoso, y con el mismo encendimiento, que tuvo, poco rato antes que muriesse. Y aun la vieron asi, despues de puesta en el Carnero.
Sintieron mucho las Religiosas esta muerte; no cierto porque se lastimassen de su hermana, pues todas embidiavan la felicidad y descanso eterno, en que piadosamente la consideravan; sino porque (aviendo sido el consuelo, y la recreacion de todas) se veian privadas (en siete años, que la avian tenido consigo) de los grandes progressos de santidad, que se prometian della; y acordandose quan dichosos avian sido los principios, lloravan que se le hubiesse arrebatado la muerte de entre las manos, en lo mas florido de sus dias.
Poco ufana puede quedar la muerte, si porque la exen fazer, dexa dezir. A penas se hallarà en los siglos pasados Poeta alguno, que no le aya hecho una Satira; ni Autor Latino, o Griego, que no le aya dicho una injuria. Llamaronla amarga; cruel; indomita; sangrienta; desabrida; fiera; deboradora; sin piedad; y Aristoteles, para comprehēnder en una palabra, todos estos oprobrios, dixo: que era lo mas terrible, horrible y espantable de todo quanto lo puede ser. Pero ninguno destos conocio su valor. Porque es ella preciosa en los ojos divinos, como fin de los trabajos; perfecion de las vitorias; puerta de la vida; y entrada de la perfeta seguridad. Es a donde los mortales toman puerto; es el descanso de todas las fatigas; el refugio de la vida trabajosa; la ultima de las penas; quien nos aparta de todos los males; y un camino que se avia de andar con alegria, porque despues de acabado, no queda cosa que moleste. Injustamente la culpamos, de que abrevia la vida; siendo nuestros vicios, o virtudes, los quehazen que sea larga, o corta. En el lenguage de Dios, no se llaman las cosas por el nombre que les pone la costumbre, sino por el que les dan las obras: ni se llama viejo, sino el que lo es en el seso, en la madurez de las acciones, y en la vida sin mancha. Aquella senectud es venerable, que no la dexan blanca las canas, sino los merecimientos. Por lo contrario, aunque tengan cien años los pecadores, los llama Dios muchachos. Yasi dixo por Esaias: Morirà el niño de cien años. Que este nombre les da a los que se van tras las niñerias de la vida, y desean (como necios) quanto les haze daño.
Murio Ana de Santa Teresa en edad de veynte y quatro años; quien no dirà que esta Rosa se cortò en boton, sin aver descubierto en la hermosura de sus hojas, la fragrancia de sus virtudes? Pero desde que empecè a describirlas, y las vi tan colmadas, me persuadi, que fue sazonadissima su edad, y que no se cogio esta flor anticipadamente; y por ello la comparè a la rosa en el principio deste capitulo. Que si el nacer y encanecer desta flor, no necessita de mas tiempo, que del que emplea el Sol en pasar la carrera del Oriente al Ocaso, para que muestre al mundo toda su hermosura, no se podra llamar su muerte anticipada, si en tan breve vivir descubre quanto bueno tiene. Pero dexemos lo aqui, no parezca que hazemos apologias por la muerte.
Rematarè, pues, la relacion de la santa vida desta Religiosa, con un suceso, que pudo dexar a sus hermanas grandes prendas de su eterno descanso. Estando ya en los postreros tranzes de la vida, la embiò un recado un deudo suyo, a quien tenia mucho respeto; pidiendole, que se acordase de encomendarlo a Dios, quando le gozase; u respondiole: que si bien no lo avia podido servir hasta entonces, le prometia, que en viendose en la divina presencia, conoceria quanto le amavs. Advirtiose facilmente el cumplimiento desta promesa, en las ansias, con que aumentò esta persona sus exercicios espirituales; en el desprcio que hizo del mundo, y de sus honras; y en otras muchas virtudes, bien notorias en esta Ciudad. Todo esto atribuyen las Religiosas desta casa a los ruegos de Ana de Santa Teresa, y à la felicidad de la fuerte que goza.
No puedo dejar de mencionar, tras la lectura del texto anterior, que a pesar de que el autor tiene la intención de ensalzar la vida de Ana Isabel de Funes, a mi me transmite todo lo contrario. Me da mucha pena por lo corto de su existencia y por la vida monástica a la que se vio abocada por seguir la tradición familiar de servir para la iglesia.