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Bubierca

Página no oficial de Rodolfo Lacal

¿Sabías que…

Una endemoniada pasó por Bubierca
 
Actualizada el 1 de julio de 2013


Lo que voy a relatar forma parte de lo que se considera una leyenda. Sin embargo, son tantos los detalles que coinciden con fechas y lugares reales que parece que quien lo escribió estaba contando un sucedido real.

Existe una leyenda en la provincia de Soria sobre una joven poseída por el demonio —por curiosa razón, por cierto—, a la que su padre y su pretendiente llevaron a diferentes lugares para curarla, acabando siendo exorcizada en el Monasterio de Piedra.

Resulta que en tal leyenda se relata un hecho ocurrido en su viaje entre Bubierca y Godojos. Para ponernos en contexto, transcribo a continuación los primeros párrafos de la leyenda, que extraigo de una web en la que se incluye la leyenda completa:

En la ciudad de Soria vivía a principios del siglo XV (1402) un hidalgo casado con una santa señora, en la cual hubo una hija, a quien, por haber nacido el día de Santa Catalina, pusieron este nombre en la pila bautismal.

Creció la niña dando muestras de precoz ingenio, que realzaban su peregrina belleza y su inefable dulzura. "Dichosos padres de tan preciosa hija", solían decir las gentes, expresando así dos verdades, porque la hermosura de Catalina sólo podía compararse con la ventura de D. Agustín Gómez y de su esposa.

Llegó Catalina a la edad de diecisiete años, y era un prodigio de agudeza y discreción, y discurría sobre las cuestiones más difíciles como pudiera el varón más versado en las ciencias teológicas de aquel tiempo, tanto que a ella acudían en demanda de consejo personas que no habían frecuentado su trato, y aún algunas que jamás la habían visto, pero a cuyos oídos había llegado la fama de su prudencia y de su clarísimo ingenio: Pesábale a la madre el creciente nombre de su hija; sentía que mereciese el dictado de doctora con que ya la honraba el vulgo, pero no tenía resolución para prohibir que Catalina, que poseía el don del consejo, dejase de favorecer con él a los que de él necesitasen. El hidalgo, por el contrario, ufanábase con ser padre de tan extraordinaria doncella, y no veía el momento de asegurar por medio de un enlace ventajoso la perennidad de su ventura, porque él presumía que Catalina había de transmitir a sus hijos el soberano ingenio con que el cielo la había dotado.

Puso los ojos en la joven doctora un gallardo mancebo mayorazgo de una aldea comarcana, insi­nuóle su pensamiento a honestos fines encaminado, pero ella contestóle siempre con áspero desabrimiento.

El padre, que hubiera aceptado de buen grado la alianza con la familia del mancebo, habló a Catali­na; pero ella contestó que no pensaba someterse jamás a la voluntad de un hombre; que sus aficiones la llevaban al estudio y a la meditación, y que no quería privar a sus convecinos de su consejo y ayuda. Funesto principio de presunción y vanagloria, que fue causa para ella de horribles tormentos, y de acerbos dolores para sus padres.

Afirma un escritor de aquella época, que dispuso el Señor castigar a aquella mujer, y la castigó mandando que entrasen en su cuerpo muchos demonios como ministros de su justicia.


Casi nada con la leyenda. El Señor la castiga por no querer casarse y preferir seguir atendiendo a los necesitados. Muy edificante. Vaya con la iglesia de aquellos tiempos.

Pues bien, así dice la parte de su paso por Bubierca:

El día 13 de mayo de 1427, que fue miércoles de Pasión, salieron del lugar de Bubierca la infeliz doncella, su padre; don Diego de Villarfañez, el apuesto mozo que había consagrado su cariño a la desdichada, y dos criados. Agua a mares, granizo, rayos y centellas les acompañaron hasta la vista del pueblo de Godojos, adonde no pudieron llegar, porque el barranco de Valdearoque, que había salido de madre, les interceptó el paso. Después de dos horas de penalidades sin cuento, intentaron vadearlo, y allí estuvo a pique de perecer Catalina. Cayóse de la mula y se la llevaban los demonios por la corriente abajo, casi privada de sentido, cuando el valeroso don Diego se arrojó del caballo, echóse a nado, la asió de los cabellos y la sacó a una orilla.

¿Cómo pudo don Diego salir con bien de tan peligrosa empresa? Prestóle el cielo ayuda: sin su favor, lejos de salvar a la doncella, hubiera sucumbido, también él, entre las cenagosas olas del furioso barranco. No falta quien asegure que D. Diego, antes de salir de Bubierca, había confesado y comulgado, que estaba en gracia de Dios, y que por eso nada hubiera podido contra él todo el infierno; y aún algunos afirman que, porque le asistía la divina gracia en el momento de asir de los cabellos a Catalina, huyeron despavoridos los demonios, aullando de horrible manera, y que Catalina le dirigió una cariñosa mirada, en que el agradecimiento se anunciaba como feliz mensajero del más dulce sentimiento. Pero al dejarla en la orilla, con infernal algazara volvieron los espíritus inmundos a apoderarse de su presa, y le inspiraron inconti­nenti la idea de echar a correr en dirección contraria a Nuestra Señora de Piedra. Don Diego, la detuvo. Con tales contratiempos y malandanzas sorprendió la noche a los viandantes, y hubieron de buscar albergue en un pueblo que se llamaba Somed situado a las márgenes del río Mesa, y al pie de almenado castillo.


Ese es el relato del paso por Bubierca. Sin duda, quién escribió la leyenda conocía muy bien estos parajes. Incluso el que llueva y granice en el mes de mayo es común. Además, no viene muy a cuento introducir un tramo entre Bubierca y Godojos en el trayecto entre Soria y el Monasterio de Piedra. Es más, si pretendía relatar un episodio ensalzando el valor del pretendiente salvando a su amada de las aguas torrenciales, podría haber elegido un río o arroyo perenne de la zona en lugar de un barranco que creo está seco la mayor parte del año.

De cualquier modo, la leyenda me reafirma en una idea que me viene rondando hace tiempo. Y es que las personas tendemos a hacernos fotos fijas del ambiente que nos rodea, y las trasladamos a otras épocas de la historia. Hoy en día, cualquier trayecto entre Bubierca y otro lugar lo concebimos a lo largo del valle, bien sea yendo a Alhama, bien yendo a Ateca, y desde cualquiera de esos pueblos viajar al destino final. Sin embargo, en siglos pasados el eje fluvial, aun siendo el más importante, lógicamente, no era el único, con lo que para ir a Godojos se viajaba a través del monte, lo mismo que para ir a Moros. Esta idea la desarrollaré más cuando hable del paso por Bubierca de un geógrafo portugués a principios del siglo XVII.

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