Bubierca
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Quienes hayan leído hasta
el final las "Crónicas de Ernesto López", recordarán
que en algún punto de ellas prometía escribir una, con más calma, sobre el
sufrimiento que vio y vivió en nuestra tierra.
Por más que busqué en
ediciones de fechas posteriores de ese diario, no encontré más crónicas de
Ernesto López, ni sobre el tema en cuestión, ni sobre cualquier otro tema. No sé
si dejó de trabajar para ese diario o si dejó de firmar crónicas o
artículos.
Sin embargo, buscando
información adicional sobre los estragos de las inundaciones de 1895 en la
comarca de Calatayud, me he topado con la crónica prometida en El Liberal, pero
firmada por otra persona, Dario Pérez. Se publicó en El
Liberal del 8 de octubre de 1895, y decía así:
POR
ARAGON
Después
de la inundación de Calatayud, Ateca, Alhama, Buvierca, los periódicos se han
llenado de horribles y conmovedoras descripciones, sombreadas por luctuosa
elocuencia; hemos ensordecido el espacio con angustiosas voces; España entera,
preocupada por calamidades de la tierra, ha tenido expresiones de sincera
congoja para lamentar estas otras calamidades llovidas del cielo. ¡No es cosa ya
de que arranquemos a nuestras plumas sus acentos más tristes, a nuestros
corazones sus gritos más heridos, a nuestro amargo y desconsolador presente las
negras tintas de una realidad cruel...! ¡Basta de entonar esa sintonía de la
muerte!
Urgen
cosas más prácticas.
Han
pasado los días y con ellos las esperanzas de que las aguas, turbias y
revueltas, habrían respetado algo. ¡No han respetado nada! Todas las tapias que
separaban las fincas, están derribadas; todas las parcelas, repletas de
pedruscos de cascajo que tienden su pesadumbre sobre rojiza y espesa capa de
limo; se han hundido casas, otras aún se tienen en pie torcidas por los embates
de las aguas; paredones apuntalados; picachos de monte, socavada su entraña por
violentísima corriente, amenazan venirse abajo con el estrépito de desgracias
personales; la vega sin defensas; los cauces rotos y el Jalón y el Giloca
rebelándose contra el álveo que los sujetó, y tendiendo sus pardas aguas por los
campos arrasados y estériles. ¿Cabe que estas comarcas se
resignen?
Podrían
resignarse; podrían sellar sus dolores, como tantas otras veces, con el mutismo
de una conformación épica. Pero es que no cabe resignación posible; es que no
hay sello para estos dolores; es que a las veces las almas mejor templadas se
acongojan, y los pechos más varoniles flaquean, y los vigores más férreos se
debilitan, y sobre los ojos más indomables saltan ardientes lágrimas... Este es
el caso de las comarcas inundadas recientemente.
¡Callarse
siempre!... Sufrieron las inclemencias atmosféricas, los desbordamientos de la
Naturaleza, las torpezas de los Gobiernos, las más duras y repetidas
contrariedades sin gritar, sin quejarse, sin pedir... Ni aun existiendo pueblo
como Moros, donde catorce años consecutivos se han perdido las cosechas, no sonó
la trompeta del ahogo ni se extendió la mano en demanda de
caridad...
Pero
hoy, sobre el temperamento pronto a la callada resignación, y sobre la
inclinación fácil a reservar las penas regionales, se alza fiera y horrible la
silueta del hambre... Alhama, ayer rico y floreciente, está hoy abatido,
acobardado, deshecho; Ateca, hundida en su mitad y destrozada su vega en
grandísima extensión; Buvierca, tan exacto en contribuir al levantamiento de las
cargas públicas, interrumpirá necesariamente su tradición, porque el río lo ha
empobrecido en horas; Calatayud, decadente, ya por medidas de carácter general,
ya por otras razones no tan poderosas pero tan fatales, cae irremisiblemente en
brazos de la miseria más espantosa. Y Cetina, Ariza, Maluenda, Contamina,
Paracuellos, Sabiñan... Todos estos pueblos honrados, sufridos, pacientes,
dóciles, se morirán de hambre el próximo invierno.
Se
morirán si no se hace cosa distinta que hasta la fecha. Porque cuando Murcia vio
arrasadas sus feraces campiñas, y cuando los rugidores turbiones azotaron a
Consuegra, y cuando una convulsión geológica estremeció la tierra andaluza, y
cuando, en suma, una desgracia inmensa ha herido la fibra nacional, todos los
bolsillos se han abierto, y todos los socorros se han llevado, y todos los
auxilios del Gobierno se han puesto en jaque. Ahora, no. El sentimiento ha sido
general; pero el socorro no se ha iniciado más que en la misma provincia. La
prensa de Madrid, tan piadosa, tan caritativa, tan rápida al auxilio, por esta
vez, preocupada con la tristísima tragedia de la manigua, anduvo remisa para
desplegar sus grandes recursos y su acción benéfica. Solo EL LIBERAL, y algún
otro periódico, han insistido en la pintura de las desdichas aragonesas. Pero
los ecos de estas voces llevan trazas de apagarse en el vacío de la
esterilidad.
Esto
no puede ser: esto no será. Es preciso que el Gobierno atienda a este inmenso
infortunio como se merece; es preciso que los próceres y los ricos, ligados a
las comarcas inundadas por afectos y gratitud y simpatía, inicien en Madrid
fiestas de caridad, ya que el último figurín impone la costumbre de enjugar
lágrimas riendo o enjugando con diversiones a los corazones filántropos. Es
preciso hacer algo y pronto. Al menos la prensa debería secundar y defender las
conclusiones que se voten en el meeting que se celebrará el día 12 del
corriente en Calatayud, al cual están invitados: el ministro de Ultramar, que
para esa fecha se hallará en Zaragoza, los diputados a Cortes y provinciales,
las autoridades locales, la prensa, etc.; en el cual meeting tienen puesta su esperanza los
pueblos damnificados.
Es
preciso hacer algo y pronto, repetimos. El paludismo, la miseria, el hambre,
asoman su cabeza.
Dario
Pérez
Vaya prosa retorcidilla
que tenía también el amigo Dario. En cualquier caso, hace una buena descripción
del estado de calamidad en que quedó la comarca tras las
inundaciones.
Interesante el dato de
los catorce años consecutivos perdiendo cosechas en Moros. He buscado al
respecto y algo he encontrado que traeré aquí en otra
ocasión.
Supongo que, como a mi, a
muchos les habrá llamado la atención esa frase en la que dice que los periódicos
no atendieron debidamente lo sucedido en estas inundaciones porque estaban
distraídos con la manigua. He buscado esa palabra y es el equivalente a un
pantanal. En este caso se refiere a que los cubanos disidentes "se iban a la
manigua", es decir, se iban a la guerrilla a luchar contra las autoridades
españolas en Cuba.
La reunión en Calatayud
creo que ya la he citado cuando hablé del ferrocarril y las riadas del Jalón. El
ministro no acudió y se creó una comisión encabezada por los diputados
provinciales que iría a Zaragoza a presentar las conclusiones de la reunión al
ministro. Poco se
consiguió.