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Bubierca

Página no oficial de Rodolfo Lacal

Comentarios a las Crónicas de Ernesto López
 
Actualizada el 23 de marzo de 2012

 

 

Para leer esta entrega es necesario haber leido mi entrega anterior de esta serie dedicada a las riadas del rio Jalón, titulada “Crónicas de Ernesto López

 

Antes de comentar las crónicas de Ernesto López me gustaría hablar de su estilo. Este redactor es otro ejemplo de los que quieren convertir en literatura lo que no puede ser otra cosa que una crónica de sucesos. Ello le hace ser farragoso en algunos de sus relatos, dificultando incluso la comprensión de lo que realmente quiere decir o transmitir al lector. Resulta evidente lo que digo si nos fijamos en que la parte mejor relatada es aquella transmitida "por conferencia telefónica" y publicada el 28 de septiembre; no cabe duda de que esa crónica fue escrita por otra persona, con mucha más sencillez de vocablos y expresiones, a partir de lo que Ernesto López le explicó por teléfono.

 

De cualquier modo no hay que restar mérito alguno al Sr. López, puesto que quizás se trató del primer enviado especial para cubrir una noticia de ese tipo. Y también hay que reconocer que narra los sucesos de una manera próxima a los afectados, lo cual, para alguien "de ciudad", no debió serle fácil.

 

Comenzaré por la palabra "boyanca", que el autor utiliza en su primer relato cuando habla de los daños que un barranco próximo a Ariza hizo a un puente del ferrocarril. No he encontrado tal palabra en el diccionario de la RAE. Está claro que su significado debe ser algo parecido a un gran agujero o hueco. O probablemente es un error tipográfico.

 

Esos barrancos que bajan al Jalón en su tramo entre Arcos y Cetina, secos durante la mayor parte del año, se convierten en furiosos cursos de agua, a modo de las ramblas de la costa mediterránea, en cuanto cae una tormenta fuerte. Además, por tratarse de una zona prácticamente sin arbolado y con terrenos arcillosos y limosos, el agua baja con un fuerte color de chocolate, debido a la gran cantidad de esos materiales que acarrea. De ahí las muchas referencias que Ernesto López hace al légamo que queda sobre los campos al retirarse las aguas.

 

Durante el viaje en carruaje de Ariza a Alhama, el redactor cuenta la conversación que mantiene con el cochero. La manera de transcribir la peculiar forma de hablar de nuestra tierra es bastante exagerada. No voy a decir que hablemos correctamente, no, pero no tan mal. Además, ese miusté no es exclusivo nuestro, que hasta Rajoy lo dice (entre otros hachazos que le da al lenguaje, como acabar en ao todos los participios que acaban en ado).

 

Que Alhama se inundase no resulta extraño si se tiene en cuenta el estrechamiento que el cauce del río experimenta al atravesar la sierra sobre la que se asienta su castillo. Todavía hoy se puede comprobar que la plaza lateral a su iglesia está a una cota inferior a la de desbordamiento del río, con lo que basta que la riada rebose el cauce actual para que esa plaza se inunde y el agua corra bajo el puente del ferrocarril e inunde todo el barrio que se extiende hacia la plaza de toros.

 

A diferencia del que fue Gobernador de Zaragoza en las riadas de 1888, al que puse a caldo en una entrega anterior por preferir no viajar a la zona, el Gobernador en 1895 si que mostró carácter y buen hacer. Además sabia perfectamente cuándo barruntaba tormenta, tal como demuestra al decirle al reportero por la mañana, con pleno sol, que iba a haber temporal por la tarde, ¿Cómo lo sabía, si no había servicios meteorológicos en aquellos tiempos? Pues a través de la sabiduría popular. A mi me lo enseñó mi tío Antonio cuando trillaba y aventaba en las eras en verano. Cuando en una mañana de cielo limpio y azul de julio o agosto, empiezan a aparecer diminutas nubes en el horizonte sobre el cerro Santiago mirando desde la eras hacia mas o menos a la izquierda del corro de encinas que hay en el cerro junto a El Tablar, hay altísimas probabilidades de que a principio de la tarde caiga una buena tormenta sobre el pueblo. Os aseguro que falla poco.

 

Los cortes en la línea entre Alhama y Bubierca, según se deduce del relato, se produjeron a la altura de la salida de Valdelloso, a la altura de Los Molinares y cerca de la estación. Este último creado por el barranco de Valdechavida. De hecho, toda la historia que Ernesto López relata sobre "que baja el barranco", con las mujeres salvando los cerdos y los pasajeros subiendo apresuradamente al tren para huir del agua, la produce el barranco de Valdechavida. Este barranco, que parece tan inocente, colecta agua de una importante extensión dentro del término municipal de Bubierca. Por ejemplo, una gota de agua que cae en los pinares que hay debajo de la caseta forestal, acaba bajando por el barranco de Valdechavida. Con ello quiero decir que el barranco puede bajar de bote en bote.

 

Una pequeña reflexión al margen. Habiendo pasado tal peligroso episodio en la estación de Bubierca, ¿en qué estaba pensando el reportero para llamar siempre como Buvierca a nuestro pueblo? Voy a ser malo. A mi me parece que el reportero estaba más pendiente de los encantos de la esposa del Sr. Selma que de otra cosa. Quizás por ello no puede evitar la tentación de mencionar su belleza en medio del relato sin venir a cuento.

 

El episodio de las mujeres salvando los cerdos, mientras abandonan a los niños, es un tanto confuso. Lo explica de muy mala manera, pero creo entender que lo que quiere decir es que si abandonan a los niños es porque saben que de igual modo se morirían de hambre si no tuvieran cerdos para alimentarlos.

 

Tras salir el tren de la estación de Bubierca, el redactor dice que les sigue el agua. ¿Cómo? ¿A través del túnel? Exageradillo el tipo. Después dice que pasan el puente de Terrer, antes de llegar a Ateca. No me consta que haya puente alguno con ese nombre entre las estaciones de Ateca y Bubierca.

 

Otra exageración de nuestro amigo reportero fue la de decir que los habitantes de las doscientas casas de Bubierca se refugiaban en las cincuenta situadas en la zona elevada del cerro. En realidad, por muy grande que sea la riada del Jalón tan solo aquellas casas a nivel más o menos de la acequia corren riesgo de ser alcanzadas por las aguas. El resto de las viviendas del pueblo están a salvo.

 

Es muy interesante comprobar cómo a finales del siglo XIX la tierra era de unos pocos y el resto eran arrendatarios de las mismas, sufriendo los pesares de los años malos como ese.

 

Y ya por último, a nuestro reportero le sale su condición de "urbanita" cuando llega a Zaragoza y se deshace en elogios hacia la ciudad, su gente y la acogida que recibe. Con ello, sin embargo, como ya he dicho antes, no quiero restar mérito a su labor, que nos ha permitido tener, en el año 2012, una buena idea de lo que sufrieron nuestros antepasados con las riadas del río Jalón de 1895.

 

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