Bubierca
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Para leer esta entrega es necesario
haber leido mi entrega anterior de esta serie dedicada a las riadas del rio Jalón, titulada “Crónicas de Ernesto López”
Antes de comentar las crónicas de
Ernesto López me gustaría hablar de su estilo. Este redactor es otro ejemplo de
los que quieren convertir en literatura lo que no puede ser otra cosa que una
crónica de sucesos. Ello le hace ser farragoso en algunos de sus relatos,
dificultando incluso la comprensión de lo que realmente quiere decir o
transmitir al lector. Resulta evidente lo que digo si nos fijamos en que la
parte mejor relatada es aquella transmitida "por conferencia telefónica" y
publicada el 28 de septiembre; no cabe duda de que esa crónica fue escrita por
otra persona, con mucha más sencillez de vocablos y expresiones, a partir de lo
que Ernesto López le explicó por teléfono.
De cualquier modo no hay que restar
mérito alguno al Sr. López, puesto que quizás se trató del primer enviado
especial para cubrir una noticia de ese tipo. Y también hay que reconocer que
narra los sucesos de una manera próxima a los afectados, lo cual, para alguien
"de ciudad", no debió serle fácil.
Comenzaré por la palabra "boyanca",
que el autor utiliza en su primer relato cuando habla de los daños que un
barranco próximo a Ariza hizo a un puente del ferrocarril. No he encontrado tal
palabra en el diccionario de la RAE. Está claro que su significado debe ser algo
parecido a un gran agujero o hueco. O probablemente es un error
tipográfico.
Esos barrancos que bajan al Jalón en
su tramo entre Arcos y Cetina, secos durante la mayor parte del año, se
convierten en furiosos cursos de agua, a modo de las ramblas de la costa
mediterránea, en cuanto cae una tormenta fuerte. Además, por tratarse de una
zona prácticamente sin arbolado y con terrenos arcillosos y limosos, el agua
baja con un fuerte color de chocolate, debido a la gran cantidad de esos
materiales que acarrea. De ahí las muchas referencias que Ernesto López hace al
légamo que queda sobre los campos al retirarse las
aguas.
Durante el viaje en carruaje de
Ariza a Alhama, el redactor cuenta la conversación que mantiene con el cochero.
La manera de transcribir la peculiar forma de hablar de nuestra tierra es
bastante exagerada. No voy a decir que hablemos correctamente, no, pero no tan
mal. Además, ese miusté no es
exclusivo nuestro, que hasta Rajoy lo dice (entre otros hachazos que le da al
lenguaje, como acabar en ao todos los
participios que acaban en ado).
Que Alhama se inundase no resulta
extraño si se tiene en cuenta el estrechamiento que el cauce del río experimenta
al atravesar la sierra sobre la que se asienta su castillo. Todavía hoy se puede
comprobar que la plaza lateral a su iglesia está a una cota inferior a la de
desbordamiento del río, con lo que basta que la riada rebose el cauce actual
para que esa plaza se inunde y el agua corra bajo el puente del ferrocarril e
inunde todo el barrio que se extiende hacia la plaza de
toros.
A diferencia del que fue Gobernador
de Zaragoza en las riadas de 1888, al que puse a caldo en una entrega anterior
por preferir no viajar a la zona, el Gobernador en 1895 si que mostró carácter y
buen hacer. Además sabia perfectamente cuándo barruntaba tormenta, tal como
demuestra al decirle al reportero por la mañana, con pleno sol, que iba a haber
temporal por la tarde, ¿Cómo lo sabía, si no había servicios meteorológicos en
aquellos tiempos? Pues a través de la sabiduría popular. A mi me lo enseñó mi
tío Antonio cuando trillaba y aventaba en las eras en verano. Cuando en una
mañana de cielo limpio y azul de julio o agosto, empiezan a aparecer diminutas
nubes en el horizonte sobre el cerro Santiago mirando desde la eras hacia mas o
menos a la izquierda del corro de encinas que hay en el cerro junto a El Tablar,
hay altísimas probabilidades de que a principio de la tarde caiga una buena
tormenta sobre el pueblo. Os aseguro que falla poco.
Los cortes en la línea entre Alhama
y Bubierca, según se deduce del relato, se produjeron a la altura de la salida
de Valdelloso, a la altura de Los Molinares y cerca de la estación. Este último
creado por el barranco de Valdechavida. De hecho, toda la historia que Ernesto
López relata sobre "que baja el barranco", con las mujeres salvando los cerdos y
los pasajeros subiendo apresuradamente al tren para huir del agua, la produce el
barranco de Valdechavida. Este barranco, que parece tan inocente, colecta agua
de una importante extensión dentro del término municipal de Bubierca. Por
ejemplo, una gota de agua que cae en los pinares que hay debajo de la caseta
forestal, acaba bajando por el barranco de Valdechavida. Con ello quiero decir
que el barranco puede bajar de bote en bote.
Una pequeña reflexión al margen.
Habiendo pasado tal peligroso episodio en la estación de Bubierca, ¿en qué
estaba pensando el reportero para llamar siempre como Buvierca a nuestro pueblo?
Voy a ser malo. A mi me parece que el reportero estaba más pendiente de los
encantos de la esposa del Sr. Selma que de otra cosa. Quizás por ello no puede
evitar la tentación de mencionar su belleza en medio del relato sin venir a
cuento.
El episodio de las mujeres salvando
los cerdos, mientras abandonan a los niños, es un tanto confuso. Lo explica de
muy mala manera, pero creo entender que lo que quiere decir es que si abandonan
a los niños es porque saben que de igual modo se morirían de hambre si no
tuvieran cerdos para alimentarlos.
Tras salir el tren de la estación de
Bubierca, el redactor dice que les sigue el agua. ¿Cómo? ¿A través del túnel?
Exageradillo el tipo. Después dice que pasan el puente de Terrer, antes de
llegar a Ateca. No me consta que haya puente alguno con ese nombre entre las
estaciones de Ateca y Bubierca.
Otra exageración de nuestro amigo
reportero fue la de decir que los habitantes de las doscientas casas de Bubierca
se refugiaban en las cincuenta situadas en la zona elevada del cerro. En
realidad, por muy grande que sea la riada del Jalón tan solo aquellas casas a
nivel más o menos de la acequia corren riesgo de ser alcanzadas por las aguas.
El resto de las viviendas del pueblo están a salvo.
Es muy interesante comprobar cómo a
finales del siglo XIX la tierra era de unos pocos y el resto eran arrendatarios
de las mismas, sufriendo los pesares de los años malos como
ese.
Y ya por último, a nuestro reportero
le sale su condición de "urbanita" cuando llega a Zaragoza y se deshace en
elogios hacia la ciudad, su gente y la acogida que recibe. Con ello, sin
embargo, como ya he dicho antes, no quiero restar mérito a su labor, que nos ha
permitido tener, en el año 2012, una buena idea de lo que sufrieron nuestros
antepasados con las riadas del río Jalón de 1895.